 Por  Daniel  Borrillo- Profesor de derecho  privado, Universidad de Paris Ouest
Por  Daniel  Borrillo- Profesor de derecho  privado, Universidad de Paris OuestEn la  controversia actual sobre el derecho al matrimonio para las parejas del mismo  sexo, es usual abordar la cuestión como una ruptura con la tradición. Pero ¿de  qué tradicion estamos hablando?
Desde la Revolución francesa, el matrimonio  deja de ser concebido como un sacramento. Si, en el ámbito canónico, la  diferencia de sexos es consubstancial a la unión pues el matrimonio conlleva la  finalidad reproductiva, en el ámbito civil, en cambio, lo que resulta  particularmente relevante es la voluntad de los contrayentes. No es la  consumación (unión de los cuerpos) lo que cuenta sino el consentimiento (unión  de las voluntades). En ese sentido el matrimonio gay se inscribe plenamente en  esta tradición que se denomina “la modernidad”.
Al referirse al matrimonio  muchos de los opositores hacían referencia no tanto a la dimensión civilista de  las bodas sino a su pasado sacramental. Pero dejemos esta otra tradición a los  integristas...
El movimiento LGBT (lesbiano, gay, bisexual y transexual)  produjo el triunfo de una visión moderna, individualista, contractualista y  desacralizada de la vida familiar, concebida de ahora en adelante al servicio  del individuo y no éste al servicio de aquella.
Si el movimiento feminista  puso fin al “contrato de género” denunciado como la perpetuación de la  desigualdad social y política de la mujer. El movimiento LGBT radicaliza dicha  evolución pues rompe con la base misma de la diferencia de sexos como  constitutiva del contrato matrimonial.
Por eso los codigos modernos no hablan  ya de “marido” y “mujer” ni de “padre” y “madre”, denominaciones de tipo  residual que hacen referencia a la especifidad de las funciones masculinas y  femeninas, sino de “cónyuges” y “genitores”, terminología más adecuada con la  exigencia de igualdad entre las partes ya que los derechos y obligaciones no  están determinados por el sexo de los contrayentes.
La apertura del derecho al matrimonio para las parejas del mismo sexo nos obliga a asumir sin cortapisas los principios políticos de la modernidad. La desacralización de las nupcias, la disociación entre sexualidad y reproducción, la fundación de la filiación en la voluntad y no en la biología así como la contractualización de las relaciones familiares ponen de manifiesto la radicalización de la modernidad que produce el matrimonio entre personas del mismo sexo. De ahora en adelante no podemos seguir pretendiendo que las instituciones familiares están fundadas en un orden natural que trasciende la voluntad individual : cada ciudadano, homo o heterosexual, construye su propia familia.
La apertura del derecho al matrimonio para las parejas del mismo sexo nos obliga a asumir sin cortapisas los principios políticos de la modernidad. La desacralización de las nupcias, la disociación entre sexualidad y reproducción, la fundación de la filiación en la voluntad y no en la biología así como la contractualización de las relaciones familiares ponen de manifiesto la radicalización de la modernidad que produce el matrimonio entre personas del mismo sexo. De ahora en adelante no podemos seguir pretendiendo que las instituciones familiares están fundadas en un orden natural que trasciende la voluntad individual : cada ciudadano, homo o heterosexual, construye su propia familia.
El rechazo del matrimonio homosexual muchas  veces no es más que la hostilidad hacia la modernidad política, social y  jurídica. El horror que produce la homoparentalidad es proporcional al temor de  fundar la vida social en valores inmanentes y no en una metafísica  naturalista.
Los argumentos que se utilizan contra la igualdad para las  parejas homosexuales no son novedosos, se han  usado contra los matrimonios  interraciales, contra la libre disposición del cuerpo por las mujeres, contra el  sufragio universal, contra el estado de bienestar..... Todas estas evoluciones  fueron también consideradas por los conservadores como situaciones  apocalípticas. Pero dejemos para los reaccionarios el miedo irracional a la  modernidad...
La modernidad es siempre un proyecto inacabado, una asignatura  todavía pendiente, con un gran potencial utópico. Por eso cada piedra que se  trae al edificio de la modernidad constituye un aporte extraordinario que  debemos celebrar. Hoy le debemos dicha contribución al movimiento gay quien  reactualiza todos los combates anteriores de las minorias que enriquecieron la  democracia.
 
 
 
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